sábado, 29 de marzo de 2008

ANTOBIOGRAFIA


Antobiografía

Abril de 1973, exactamente el primer día del cuarto mes del año, el calor empezaba a ceder lentamente, el sol ya no castigaba con tanta vehemencia, y los árboles empezaban a teñirse de un ocre suave pero persistente. ¿Que puedo decir de mi día de nacimiento?, Que nací para orgullo mío el mismo día que mi madre, que interrumpí su fiesta de cumpleaños, que entre brindis y cantos comencé a asomar a esta vida.
Soy la última de 5 hijos de una familia de clase media-baja (que expulsaba a sus hijos a los 13 años para que se formaran en una ciudad cercana), crecí en un pueblito santiagueño, donde los juegos se alternaban y alteraban con las pocas obligaciones que tenía, donde los días pasaban lentos, donde la vida en general pasa lenta, monótona pero no por eso menos intensa.
Lo que más me gusta contar de mi pueblo es que debe su nombre a una tribu de indios nómade Los juris que recorrían la provincia en busca de agua, allí donde la encontraban armaban su campamento. Pero como el agua es un bien escaso, yo diría bastante más escaso en Santiago; por lo cual no transcurría mucho tiempo que una nueva tribu venía a proclamar la soberanía o pertenencia de ese pedazo de tierra, y como Los Juris eran una tribu pacifica y para no entrar en altercados, pronto armaban sus bártulos y se iban en busca de un nueva tierra. Es así como llegaron hasta donde hoy está mi pueblo.
Hoy a la distancia, porque hace tiempo que estoy lejos, más o menos 15 años que deje mí pueblo en busca de un destino que escrito o no, previsible o no, pero que estoy construyendo. Recuerdo las tardes de veranos cuando se avecinaba una lluvia y el olor a tierra mojada empezaba aflorar, el griterío de los changos y chinitas poblaban las calles y cada uno con su lata de durazno o de tomates corríamos hasta las casas de los vecinos que tenían plantas de mistol y luego de pedir permiso nos metíamos de lleno en la tarea de recolectar la preciada frutita que caía a granel con ayuda del viento sur.
Mis noches de veranos las disfrutaba al aire libre, contemplando la magnificencia de ese cielo abierto y repleto de estrellas, donde no había edificios ni cables que interrumpieran el espectáculo, y la radio era la fiel compañera; aquella que noche tras noche traía el rumor de otros lugares, la música del momento. Crecí lejos de la imagen de la televisión, por eso quizás me siento sobreviviente de muchos hechos, no soporté que gusto tiene la sal, ni el discurso inaugural del mundial del 78. Con el paso del tiempo y ya adulta seguí sintiéndome sobreviviente del atentado a la Amia, de la embajada de Israel, y de un sin fin de imágenes más.
A los 17 años y en una ciudad muy lejos de casa, decidí estudiar Comunicación Social. Inspirada quizás por el recuerdo de la radio que me acompañó siempre, y considerando tal vez que podría ser una buena escritora. Después vendría el taller de literatura, las poesías y los cuentos nacieron de mi pluma con la misma pasión que golpea el sol en la siesta santiagueña. Luego vendrían las revistas La grieta, y Oh!nanismo Mental, los sucesivos programas de radio, la participación en la investigación “Los procesos de construcción del discurso informativo”, análisis de dos primaveras (septiembres de 1955 y 1973).
Hoy a los 29 años, 16 septiembre del 2002 me encuentro escribiendo mi autobiografía por encargo, emulando quizás a un grande de la literatura argentina Macedonio Fernández.
Luego de un pequeño y vertiginoso recorrido por lo que fue mi vida escrita, mi vida en palabras, en sensaciones, llegamos raudamente a otro abril, abril de 2007, (evidentemente hago caso a eso de revisar como va transcurriendo mi vida año a año, en cada fecha próxima a mi cumpleaños. Y hoy con 34 años particularmente creo que todo el tiempo estamos re-inventándonos, gracias a la palabra y al lenguaje, y que la tarea de contar la propia vida nos permite revisar los hechos pasados y reparar aquellas cosas que pasaron inadvertidas en su momento.
En 1999, el 22 abril según reza mi título (una mañana tranquila, un otoño raro) terminé mis estudios y admito que lo logré gracias a la ayuda de una terapeuta (bueno son muchas las cosas que logré gracias a la terapia y el trabajo realizado en ella).
Cuando debo completar mis datos por algún requerimiento, más precisamente cuando indagan
-¿profesión?
Debo admitir que es un momento donde me quedo pensando, ¿cuál profesión? Lo que reza mi título universitario que nunca enmarque y obviamente no colgué, lo que soy todos los días, y me pregunto ¿soy comunicadora si no lo ejerzo?
En fin también debo admitir que me negué por mucho tiempo al ejercicio del periodismo, que lo consideraba un arte menor, a veces también consideré que no tenía las herramientas metodológicas para llevar a cabo investigaciones periodísticas; creo después de mucho tiempo que son puros versos que la raíz de todo lo que hice y lo que no hice es el miedo! Gran movilizador a veces negativo y otras tantas veces positivo.
Sentada aquí hoy soy consciente de muchas cosas en mi vida de lo que quiero, lo que soy y de todo aquello que me propongo.
Que todo lo que viví lo hice mal que mal a mi manera, saliendo fortalecida de algunas circunstancias, arriesgándome, convencida y consciente que el que no arriesga no gana, y el que no nada no llega jamás a la otra orilla. Que siempre hay otra orilla que espera paciente ser explorada por nosotras. Que la mayoría de las veces que me perdí es porque no estuve convencida de lo que quería, o lo que era, o en definitiva en lo que sentía.
Hay muchas imágenes que me acompañan a diario, las imágenes de los montes santiagueños sólo son escasos recuerdos. Recuerdos en mi retina, en ese hueco del alma, en ese hueco del cerebro donde se albergan los recuerdos, recuerdos en papel fotográfico. Y por las fotos rememoro un viejo quebracho colorado que teníamos en el campo. Cuando mi papá estaba en casa descansando de algunos de sus viajes solíamos ir con mis hermanos y yo; tengo la sensación de esas ramas largas y bajas de aquel árbol, la sensación que se brindaba a nosotros, que esperaba nuestras visitas para hamacarnos en esos largos y familiares brazos.
Recuerdo la sonrisa de mi madre, su pelo negro, sus ojos también negros. Constantemente me busco en esos recuerdos para ser hoy lo que soy.
Mis imágenes cotidianas preferidas de hoy son el costado izquierdo de tu cuerpo cuando duermes en mi cama, no porque lo hayas hecho, sino porque ya te imagino dormida a mi lado.
El río marrón me embriaga, me hincha el pecho de las sensaciones más fuertes, se que te amo río y te respeto. Me gustan tus orillas pero más me gustan tus islas, tus canales internos, tu flora tupida, tus pájaros goteando en el río. Me enamoré de tus aguas profundas el mismo día que casi me muero en tu inmensidad. Hasta ese momento no tenía ni idea que tampoco sabía flotar. Me enamoré y por ese amor tan silencioso, sin estruendo comencé a practicar natación.
Liliana Herrero dice en una de sus tantas maravillosas y sabías canciones “la vida es un río bravo pescador”. Y ya lo creo tan brava es la vida con sus correntadas que llevan, arremeten, que te obligan a remar con dedicación, fuerza, pasión para no perder el rumbo.
Y si hablamos de rumbo, como no hablar de mandatos, los mandatos (esas cosas que mamamos de chicos, que van conformando de poco nuestra estructura psíquica, que son parte de nuestro bagaje, en las que creemos). Son tan fuertes y a veces atentan contra uno, y otras veces nos hacen tan, pero tan hipócritas. Por eso la lucha más descarnada es conmigo misma, con la pequeña fachista que tengo adentro. Y parafraseando a otro grande la “lucha es con uno mismo, y eso es luchar, no te pares! No te mates!”.
Pido perdón por mi hipocresía, por las veces que negué; sobretodo a mi misma lo que soy. Lo que siento.
Para ir concluyendo hace tiempo que estoy con esta autobiografía y creo que podría continuar eternamente escribiéndola, rescribiendo, buceando en mi interior. Estoy conforme conmigo con lo que hasta aquí escribí. Sólo resta sí es que hay ganas hagan preguntas.

P/D. Domingo 27 de mayo a la vera del río marrón, un viento pampero golpea fuerte mi espalda, miro hacia delante el puente victoria con su magnificencia está ahí descolgando las nubes de un cielo diáfano. Pequeños autos pasan de vez en cuando.

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